Lola desde pequeña fue una niña alegre, divertida y risueña. Le encantaba cantar y bailar, y además tenía muchos amigos del colegio, con los que estaba la mayoría del tiempo. Se pasaba la tarde jugando, riéndose por tonterías e inventándose historias de príncipes y de princesas. Todas las mañanas se despertaba corriendo, deseando llegar al colegio. Su vida era una maravilla.
Lola fue creciendo, y por temas de trabajo su familia tuvo que irse a vivir a otro lugar. Llegaron a mitad de curso, asique Lola se tuvo que incorporar cuando las clases ya habían comenzado. Ella intentó adaptarse y hacer amigos, pero había una compañera que le hizo saber que a ella no le gustaba su manera de vestir, de hablar ni su presencia en clase. Lola se puso triste pero pensó que había más gente con la que poder relacionarse. Aunque pronto descubrió que esa niña tenía mucha influencia sobre el resto de los compañeros. Pronto empezaron a reírse de ella, a mandarle mensajes ofensivos, la seguían por la calle y la insultaban. Lola pasó de ser una niña alegre a tener la tristeza en los ojos.
Al principio no compartió con nadie su problema pero pronto pensó que en el fondo eso era darles ventaja. Pensó y pensó de qué manera podría volver a recuperar la alegría, la tranquilidad y ser la persona que siempre había sido, porque en su casa, cuando había un problema ,decían que “todo tiene solución menos la muerte”. Por eso se lo contó a sus padres, y estos a su vez a sus profesores. Entre todos empezaron a investigar y a poner soluciones al problema de Lola, que por lo visto no era el único caso, pero sí fue la única que había sido capaz de contar su problema.
Aunque fue difícil, Lola volvió a sonreír. Al siguiente año, los padres de Lola, la cambiaron de colegio. Lola empezó de nuevo, pero con una lección que le serviría para toda la vida. No rendirse antes las injusticias.
Muy buena.
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